CÓMO SE INVENTARON LAS TERMAS GEOMETRICAS
Para que el baño termal en medio de la naturaleza llegara a su plenitud, cualquier día
del año, a cualquier hora, no importando el clima, había que cumplir por lo menos con
las condiciones siguientes: construir la piscina termal más grande posible, a la que
se pudiera llegar con seguridad por una pasarela de madera que cruzara por el aire
para que no hubiera peldaños, unos baños individuales a prueba de las personas más
exigentes de higiene y limpieza, y unas casitas individuales para cambiarse y guardar
la ropa que estuvieran cerca de las piscinas, un sistema para mantener las piscinas
entre 39° y 41° grados Celsius para bañarse, y un sistema de llenado y vaciado rápido
que permitieran limpiarlas cada tres días para mantener el agua transparente. Que
uno se pudiera bañar parado sin nadar en una piscina de no más de un metro de
profundidad. Un quincho para comer cosas livianas. Y por supuesto, hacer todo eso
sin destruir el entorno natural que lo acoge, sino todo lo contrario: crear un microclima
aprovechando la humedad y el calor del vapor del agua termal.
Tenía que cumplir estos objetivos con el agua termal disponible, con los materiales, la
mano de obra local, y con el capital del que disponía.
La primera cosa que hice hacer fue buscar las fuentes de agua termal que estaban
tapadas por arena, piedras y troncos que durante tiempo inmemorial trajo el estero
de Aihué. Para sacar esa basura natural sin romper la roca madre de la quebrada
donde me dijeron los geólogos que están las fuentes termales, hice limpiar seiscientos
metros lineales de quebrada con pala y picota y llevar la tierra y los troncos en
carretilla hacia lo que hoy día es el estacionamiento de las termas. Más de cuarenta
personas estuvieron haciéndolo durante dos años. A medida que limpiaban, tomaban
la temperatura de la tierra para saber si estaban cerca o no de alguna fuente. Hice
proteger la roca madre de la quebrada porque en ella estaban, además de la forma
original, las semillas de las nalcas, musgos, etc., todo lo que después creció con el
microclima favorable.
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Así fueron apareciendo hasta sesenta fuentes termales distintas con un aporte total
de veinte litros por segundo de pura agua termal de entre 65° y 85° grados Celsius
de temperatura. Para buscarlas la gente usó botas, trajes y guantes de bomberos para
no quemarse.
Estas fuentes termales tenían que recolectarse en pequeños posones más altos que
las piscinas para bañarse, para poder llevarles el agua por gravedad.
Calculé que con veinte litros por segundo a sesenta y cinco grados Celsius de
promedio, podría mantener el agua caliente termal de una piscina de mil setecientos
metros cuadrados de un metro de profundidad, entre 39° y 41° grados Celsius.
En este momento empezó el proyecto.

Esa piscina tendría que tener unos cinco metros de ancho por trescientos cuarenta
metros de largo, y como la quebrada tiene una pendiente promedio de doce por
ciento, la piscina alcanzaría cuarenta metros de altura sobre el suelo natural, excepto
si le hacía un peldaño cada metro cincuenta, entonces tendría veintisiete peldaños, o
sea que habría un desnivel de un metro y medio cada doce metros.
Eso significaba que el agua que entraría por arriba no alcanzaría a llegar ni a la tercera
piscina sin enfriarse. Me di cuenta de que en vez de una piscina, tenía que hacer
por lo menos diecisiete piscinas de cien metros cuadrados cada una, a lo largo de
los quinientos metros de quebrada, para poder ser alimentadas por el agua caliente
termal que bajaría —no por un tubo que se taparía con el aire y las piedras que arrastra
el agua— sino por una acequia de madera abierta como las de los molinos mapuches
de la zona, que permiten que el agua corra con la pendiente aunque lleve piedras,
y —sobre todo en este caso— que libere vapor a lo largo de la quebrada y cree el
microclima que permitió que todos los arbustos nativos crecieran con mucha fuerza
repoblando lo que habíamos limpiado.

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Cuando descubrí por casualidad los círculos perfectos construidos con lajas de mármol de las “Tumbas Geométricas” en los cerros llenos de piedras de la isla de Naxos en Grecia, me di cuenta de que las piscinas de las termas tenían que ser geométricas para que la arquitectura —que es cultural— no se mezcle con la naturaleza. Como un modo de respetarla y no crear una falsa naturaleza paralela.




Las piscinas tienen tres de sus lados construidos de hormigón forrados en piedra
pizarra del lugar, y el cuarto es el muro natural de la quebrada donde crecen las nalcas
y musgos que se reflejan en el agua. Las pizarras de los bordes tienen unos calados
para evitar que las personas que caminan alrededor de las piscinas se resbalen. En
su interior hay pizarras para sentarse mientras se bañan. El agua de las piscinas está
siempre rebalsando por el borde para mantener la superficie lisa como un espejo y
limpia.
Al mismo tiempo ensanché el estero para aumentar el ruido que hace el agua al
correr entre las piedras y darles privacidad a las piscinas. Puede haber personas
conversando o niños gritando y los demás bañándose sin escucharlos.



Luego hice construir pasarelas de madera que van por el aire conectando las piscinas entre sí y con los baños, las terrazas, y los camarines, y también con tres cascadas de agua fría, la última y la más alta cae sobre tres piscinas escalonadas, que rebalsan con un estruendo que llama a detenerse y a sentir que el paseo por las termas está cumplido. Como el recorrido de las pasarelas por la quebrada es en pendiente y en zigzag, la vuelta es diferente a la ida. Las pasarelas tienen barandillas forradas en madera sin huecos, y un piso que evita resbalarse para que el paseo sea más o menos seguro.

El libro El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki cuenta que una de las cosas que
más les gusta y mejor se ha dado en la cultura arquitectónica japonesa, son los baños
de los monasterios. Están lejos de ellos, y para llegar hay que caminar un poco. En
ellos uno se siente aislado de los demás y metido entre los árboles, lo que les da más
intimidad.
Para darle intimidad a los baños de las Termas pensé, ¿cómo hago más sonoro a
un estero de poco caudal? Lo ensanché, lo aplané y lo llené de piedras chicas, para
hacerlo más lento y ruidoso. Los baños sobre el estero son más privados, y los niños
gritando excitados en las piscinas no se escuchan. Y hay un exquisito olor a bosque
húmedo y a musgo, porque llueve casi todos los días.
Para que los baños de las termas sean más bien secos, el piso y los muros dejan
pasar el aire. El agua del lavatorio no tiene llave, sino que siempre corre. Para lavarse
las manos no tienes que tocar nada. Y esta agua que corre evita que las tuberías se
congelen y se rompan con temperaturas bajo cero.


La baldosa sería brillante y fría, y es difícil que se secara tan rápido como la madera. Los
baños están en penumbra, no tienen luz eléctrica, pero se ve que están limpios. Son
suficientemente grandes como para sentirse en casa, donde uno si quiere se cambia el
traje de baño. Son individuales y cerrados hasta el piso, porque esa hilera de baños en
que se ven los zapatos de la gente que los ocupa, es lo más humillante que he visto.
Es una conjunción de dos cosas que parecen contradictorias. Una absoluta limpieza, y
una luz atenuada. Y si hay luz, está focalizada, separada, como las notas en la música,
no todas pegadas, no la luz del supermercado que está muy bien para vender, pero que
no crea sombras. Y todo lo demás es de madera. La madera tiene una suavidad, una
gentileza, que yo no evitaría jamás. No porque estamos en un bosque, sino porque la
madera y el papel, reciben la luz de una manera mucho más gentil. La luz no rebota ni
brilla, igual que las baldosas, los mármoles, y para que decir la melanina o el porcelanato
que no tiene la profundidad de una piedra.

Hay un quincho, un espacio cubierto con cocinas y hornos a leña donde se hace
pan para ricos sanguches, sopas de verduras, pizzas, empanadas, kuchenes y brazos
de reina, y se puede tomar un café expreso, té o una bebida, y sentarse a mirar en
silencio o a conversar alrededor de un gran fuego abierto, o en las terrazas que lo
rodean para tomar el sol.
Los baños, camarines, terrazas y quincho están construidos sobre pilotes de coigüe,
con durmientes y forros de tablones de coigüe, y cubiertas de madera forradas en tela
asfáltica cubierta de una mezcla de tierra y arena para que crezca el pasto natural.
Estos cuerpos quedan sobre el estero Aihué que corre a sus anchas, incluso en las
crecidas, para que el ruido del agua dé intimidad y tranquilidad, y apague los gritos de
los niños en las piscinas.




Un día que iba subiendo por un pedazo de pasarela recién construida con madera de
coigüe le saqué una foto con la idea de probar en la oficina colores que avivaran el
verde de la naturaleza circundante. Mirando la foto apareció por sorpresa un pedazo
de plástico anaranjado que protegía unas herramientas y me dije “este es el color”.
No es tan anaranjado, pero mantiene su capacidad luminosa con sol y nubes. Con el
tiempo se me hizo evidente la necesidad de apagar el rojo de las termas con algunos
planos de negro y también con unas rayas amarillas en los bordes de los peldaños
de las terrazas, tratando de no perder el dominio del rojo que lo bauticé como Rojo
sendero.
En la quebrada de las termas no hay mucha luz en la tarde, y para atraparla hice cubrir
las cubiertas con pasto silvestre.


La Terma Geométrica permite experimentar la seducción primitiva de purificarse con
agua o encendiendo fuego, y dejarse llevar por su constante movimiento que retiene
y calma.
Esta experiencia quizá llega a su esplendor, porque la arquitectura de lo construido
tosca y precisa, permite despreocuparse y gozar el placer de bañarse o mirar, por no
dejar no más.
La geometría destaca lo que es natural, y lo separa de lo construido.